jueves, 23 de abril de 2020

Mis tres guerras.


Ilustración: Fajar Domingo

Y aquí sigo, remontándome a siglos, uniendo trazos y trozos.
Historiadora de mis días y de cada una de mis guerras. 
Aún no he ganado, me sigue pesando el escudo. 

La primera guerra fue la más dura, la más larga, y con gran huella. 
Como si de un ataque nuclear se tratase. 
Fue la de mayor aprendizaje.
Palpito en el corazón que paraba todo tipo de abismo. 
Hechiceros bloquearon mis amarres, y mis escudos. 
Dejó muchas cicatrices, las más difíciles de llevar...
Las más profundas. 
Aún cuento historias de cada una de las marcas, como un viejo 
marinero que no deja de recordar su mar. 
La música sigue curando llagas de aquellos años. 

La segunda de mis guerras, fue más fugaz e inesperada. 
Bombas en mi tejado, humo y confusión. 
Me llegó en medio de un parque, bajo cartones y sin espada ni escudo. 
Ni balas, ni metralla olvidada. 
Solo unos ojos parados, unos labios humedecidos, un dictador...
Y un corazón más roto que vibrante. 
Me dejó en el mar. 
A la deriva y sin rumbo fijo. 
Pensé que nunca vencería, pensé que desaparecía. 

Pasé mucho tiempo en mis trincheras. 
Observando el mundo, entendiendo mis tragedias y estrategias. 
Curando heridas...Menos que en la anterior, pero quizás más profundas. 
Fue la fase más oscura de mi reinado. 
Guerra hostil, bruta, demencial y oscura. 
Mi ciudad descompuesta iluminaba 
cada uno de mis logros y derrotas. 
Reinventé mis calles, mis pasillos y mis playas. 
Las bombas quedaron lejos y pude escuchar por fin mi voz y el mar. 
Libertad y paz. 

Periodo prolongado de aprendizaje.
Y con el corazón sellado, y muchos escudos protegiendo mis 
fortalezas llegó esa tercera y última guerra...

La más inesperada, por ello la más inocente. 
Llegó como llega la niebla, suave, lento...
Pero con densidad y ceguera.
Una sensación de pureza invadió mis calles 
y mis escudos quedaron cada vez más deshechos. 

Vulnerable ante tal despliegue de recursos
mi búnker se hizo cada vez más pequeño,
casi imperceptible. 
Mis manos blancas no supieron 
si encender la luz, o coger más balas. 
Me desarmaron en el décimo asalto,
ese que con un beso me volvió a dejar sin armas, 
mis escudos no pudieron con ese nivel de dulzura.

Terciopelo es tu recuerdo.

Una guerra que pensaba ganada, asegurada, 
vallada y eterna. 
O eso creía. 

Mis latidos volvieron a florecer, las canciones a sonar 
y mi guerra ya no existía.
Solo tu tacto y mi voz. 
Y recordé la noche, las trincheras, el frío y mi oscuridad. 
Volví a construir escudos sin razón, por cada uno 
de mis puntos cardinales. 
Se apoderó de mi la locura.
Mientras tú...Inocente en tu trinchera 
recibías mis bombas de realidad, 
mis desgarradores relatos y juntabas las piezas 
para desactivar mis armas. 

Por un momento lo conseguiste y vivimos ese oasis de calma, 
amor valiente y besos que no se olvidan. 
Sin darnos cuenta empezamos a quemarnos, 
mi lava desbordó y nos atrincheramos entre humo, 
canciones, gritos, y dolor palpable. 

Mis calles se hundieron, mi casa se derrumbó tras un grito
y no dejamos de disparar, como dos ciegos
aterrados en medio del mar. 

Y siempre sabré que fui fundadora y culpable de aquel fuego. 
Sin saberlo, ni entenderlo...Ni entenderme. 

Sigo levantando mi bandera blanca 
ante tu inocencia, ante mi error. 
Ante tus manos aterciopeladas y el recuerdo. 
Siempre recuerdo. 

Procuro sanar las heridas y dejar bombas y armas. 
Procuro no tener más guerras, ni más batallas. 
Valentía reducida a momentos y esmeraldas. 
Corazones triunfantes entre banderas 
y colisiones brillantes.

Sigamos viviendo...Construyendo ciudades. 
Vuelve la luz a mis calles después de automutilarme.
La oscuridad me enseñó a apreciar la luz de mis guerras. 
Seguiré "batallando" bajo mi bandera blanca
y mis manos livianas. 

De toda guerra sale un mensaje claro, vidente y perpetuo. 
No dejaré de aprender. 
Por favor, no dejemos de aprender.  
























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